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La conspiración de las letras mayúsculas

6 abr 15. Por si hace falta alguna presentación: Johnny Guzmán, conferencista internacional y director de cine, es el propietario de Quantum Leap Productions, una productora con sede en Nueva York y Ecuador cuyo programa estrella es "La hora de la verdad”, que también presenta. Dicho programa es uno de los canales fundamentales de la información libre en América, siendo su labor un referente al nivel de Salfate en Chile o Alex Jones en E.E.U.U.

Asistir a una charla de Johnny Guzmán tiene algo de estupefaciente. El inquieto buscador que lleva años mostrando el envés esotérico de un mundo al que nos hemos habituado, pero del que apenas sabemos nada con certeza, es capaz de aunar la brillantez expositiva de los grandes comunicadores de los medios de hoy con la crudeza apocalíptica de los profetas de antaño. Lo confirmó una vez más anteayer en Ecocentro en una charla lúcida y amena en la que bajo el título Las letras mayúsculas. El doble “Tú” facilitó las claves para sacudirnos de encima el régimen de esclavitud encubierta en que nos hallamos todos los habitantes de este reino desquiciado llamado “planeta Tierra”. Un reino, dijo, al que sabemos que no pertenecemos, pero al que nos han arrojado poderes que ni imaginamos, poderes que, no obstante, tampoco son absolutos, sino que han de cumplir ciertas reglas. En esta reglamentación se cifra la posibilidad de escapar a su tiranía.

Tal como nos recordó la cita de Martin Luther King con que abrió su exposición, “la libertad nunca es dada voluntariamente por el opresor. Debe ser exigida por el oprimido”. ¿Qué libertad puede concebirse en un sistema que nos condena a la infancia perpetua, urgidos a la obediencia y a una continua petición de permisos, certificados y autorizaciones para ejercer lo que constituyen nuestros derechos como personas? No, desde luego, la representada por el término “freedom”, sino el restrictivo “liberty” con que se confunde, y que originariamente designaba la relativa libertad del marino que al llegar a tierra obtiene permiso del capitán para concederse un aliviador –y temporal- esparcimiento.

Porque, amigo lector, somos, en el sentido más peyorativo del término, esclavos. Propiedades del estado. Mano de obra obligada a cumplir con las imposiciones de un amo cuya malignidad y maquiavelismo no podemos ni sospechar. Ni somos dueños de nosotros mismos, ni dueños de nada.

Repito: tú no eres dueño de nada. Ni de tu nombre, ni de tu casa, ni de tu coche, televisión, ropa, hijos, ... Eres un esclavo. Y lo eres con todas las garantías legales ... de que gozan tus amos. Porque de una forma diabólica –y no es una metáfora- han pervertido el orden legal, administrativo y jurídico para que así sea. Con tu ignorante consentimiento.

¿Cómo?, te preguntarás, si la esclavitud es prohibida por leyes, constituciones, declaraciones varias, ... empezando por la Declaración Universal de los Derechos Humanos. ¿Son papel mojado? ¿Cínicos exponentes de la hipocresía del Poder?

No. Es aún más retorcido. Esos derechos se aplican a los Humanos. A lo que tú no eres. A lo que se te ha despojado de ser desde el mismo momento en que fuiste inscrito en un certificado de nacimiento.


Ese certificado da fe de tu existencia no como ser humano genuino, sino como mercancía. Como valor. Eres una propiedad entregada al Estado, que certifica tu adquisición. Desde ese momento, tu existencia como ser natural, como humano genuino (lo que somos) es suplantada por una entidad ficticia, “el original” en términos jurídicos. O, si se prefiere, el "doble tú". Todo el proceso de nacimiento es revestido de unas formalidades nada inocentes bajo las que la persona física es transformada en persona jurídica, en una corporación cuyo devenir va a ser documentado en adelante en letras mayúsculas, las que corresponden a la entidad económica-jurídica que el Estado proyecta en tí.

El revestimiento legal de esta suplantación es formalmente impecable. Frente a la naturaleza humana que nos corresponde, sujeta solo a las leyes naturales -aplicables a un ser humano vivo (básicamente, el respeto a la vida y a la propiedad de los otros seres humanos)-, se nos somete a la Ley Marítima que rige el comercio. El mero acto de nacer es asimilado al “hallazgo” de un fardo en el mar (el líquido amniótico, el “romper aguas” que da origen al nuevo ser: la mercancía es recuperada del agua). La entrega del niño al personal hospitalario que lo lava simboliza la cesión de la propiedad que efectúa su madre. A partir de ese momento, el niño puede ser objeto de reclamación por un particular. Pero a los 30 días de que su nacimiento sea publicado sin que nadie reclame su paternidad, el niño que ha nacido se declara “abandonado” y el Estado se lo adueña. El certificado de nacimiento garantiza esa propiedad. Y son los propios padres quienes firman esa cesión, en un documento que será archivado en ese gigantesco registro de la propiedad que es el Smithsonian de Newark (Nueva Jersey). Totalmente demencial. Pero real ...

Johnny Guzmán durante su charla en Ecocentro (Madrid)

El Estado no solo se adueña de tu persona. También de tu ADN, que quedará registrado. ¿Cómo? Aquí llega la parte más retorcida de todo el asunto: a través de la materia muerta producida en el parto, que toda madre debería reclamar. La placenta.

Se ha documentado la apropiación de la placenta por los hospitales (parece que incluso se invita a las parturientas a firmar su cesión “con fines científicos”). Se sabe que en la mayor parte de los casos es vendida a la industria cosmética. No es lo más escandaloso del asunto. Aún más lo es que, simbólicamente, esa excrecencia, ese residuo, es la base material sobre la que el Estado afirma su propiedad sobre el sujeto. Pura magia negra. Ideada por psicópatas. Ejercida por psicópatas. Padecida por ese 99 % de la población mundial que reivindica sus derechos sin saber cómo convertir esa reclamación en efectiva.

Resumiendo, puesto que el tema es tan amplio que Johnny Guzmán invitaba a sus oyentes a investigar y compartir los hallazgos posibles al respecto: la entidad ficticia creada por medio de la manipulación del lenguaje sustituye al ser humano vivo. La ilusión se mantendrá durante toda la vida del “original”. El certificado de nacimiento es, de hecho, un valor en bolsa sobre el cálculo de lo que el ser humano va a producir. Somos la garantía de una expectativa de beneficio, que Johnny cree posible estimar en medio millón de dólares.

La persona natural queda encerrada en una ficción identificada mediante su nombre en mayúsculas, un nombre que es una mera convención administrativa. La ilusión rige toda la existencia. A partir de su inadvertida constitución, el “doble yo” creado, el “hombre de paja” carece de cualquier libertad que no le sea donada. Ha de solicitar permisos, préstamos, licencias, ... para todo. Un lenguaje críptico, una manipulación simbólica de la realidad le ha convertido en un mendigo.

El mero hecho de casarse supone pedir permiso al dueño de la corporación (el Estado).

¿Por qué aparece el nombre de un banco al pie de un regis-
tro de nacimiento? Es obvio: es el principal interesado.

Recuerda que para inscribir a un hijo natural (de padres no casados) en el Registro Civil han de comparecer ambos progenitores. ¿Por qué? Porque el Estado no les ha concedido permiso para procrear, y el fruto de ese “hecho irregular” debe ser identificado y “transferido” por ambos. Si hay un matrimonio permitido, legal y registrado basta con que el padre registre al hijo.

Nos han empujado a ser víctimas de una estafa perfecta.

Y no acaba aquí el sometimiento. “Ellos” (la banca, la realeza, la Iglesia, ...) han reforzado su dominio sobre sus esclavos mediante maniobras aún más sutiles, encaminadas a sumirnos en la ilusión, el engaño y la confusión.

Por ejemplo, han abandonado –aparentemente- el cómputo temporal basado en el Antiguo Testamento (subjetivo, si se quiere, pero unificador, aunque sea sobre la base de otra ilusión) y en vez de situarnos en el año 5774 toman el –supuesto- nacimiento de Cristo para situar nuestra cronología en 2014. Es decir, en lo que para “ellos” es el pasado. Nos han arrojado de su “línea de tiempo” para ubicarnos en otra irreal. A sus ojos somos dementes que reclaman sobre hechos ya sucedidos y, por tanto, irremediables. Y como un loco está incapacitado para representarse a sí mismo se le ha de asignar a un abogado, alguien que –incluso con la mejor intención- participará de la farsa que estos psicópatas han creado para robarnos la riqueza que nuestro trabajo crea.

Aristóteles afirmó que "el hombre más poderoso es aquél que es totalmente dueño de sí mismo". ¿Cómo podemos romper la ilusión del “doble yo”? ¿Cómo dejar de ser una corporación y recuperar nuestro ser genuino? Reivindicando nuestro carácter de persona natural, de ser humano vivo ajeno a la personalidad artificial y ficticia que nos han impuesto. Lograrlo implica reclamar al menos tres cosas: nuestro ADN, nuestro nombre (en minúsculas) como único significante de quien somos –no de nuestra identidad- y nuestro certificado de nacimiento.

Johnny Guzmán con el autor del blog astillasderealidad

Como indicaba al comienzo de esta reseña, el macabro juego tiene unas reglas. Recuperar la condición de hombre libre supone utilizar estas reglas en nuestro favor. El problema estriba en recopilar la suficiente información jurídica y semántica para esquivar las múltiples trampas diseñadas por el sistema. Un solo descuido en el proceso supone quedar atrapado en la kafkiana telaraña sostenida por políticos, banqueros, jueces y policías, y diseñada por una mente tan absolutamente carente de escrúpulos que cuesta pensarla como humana. Con solo aceptar como designación válida el nombre con que se nos identifica administrativamente (recuerda que no eres dueño de tu nombre) "entramos en contrato" con el poder del Estado, que somete la corporación que somos a su jurisdicción ... bajo la desfavorable circunstancia de que el amparo de las leyes nos es inaplicable: las corporaciones tienen estatutos, no leyes.

La única baza con que contamos frente a este sistema psicópata es que prefiere renunciar a su dominio sobre nosotros antes que reconocer que somos esclavos. En el mundo anglosajón, donde el movimiento "freeman" nos lleva una notable delantera en la denuncia de esta trampa, son ya un nutrido grupo quienes han conseguido llevar al éxito su reclamación de regirse solo por la ley natural. Gente como el hombre que, detenido por pescar en una Reserva Natural en Montana, fue juzgado y ganó el caso apelando a su derecho fundamental a alimentarse.

Solo quien recupera el reconocimiento de "ser humano vivo" escapa a la trampa de la esclavitud, los impuestos y el sometimiento. Mientras que el doble jurídico está sometido, los seres humanos naturales están por encima de las leyes de cada país. Son, de hecho, intocables. Quienes han construido este fraude no dudan en extorsionar, torturar o dañar de mil formas a los que, sin conocimiento de ello, lo han "aceptado". Pero saben que dañar al ser humano genuino, dotado de espíritu y dignidad, conllevaría unas consecuencias que no quieren asumir. La ley del Karma también rige para ellos. Y nadie ofende al Universo impunemente.

Ahí radica nuestra esperanza.

En ello, y en que, ante el océano en que opera la Ley Marítima, "solos, somos una gota; unidos somos un tsunami".

(posesodegerasa)
Fuente: astillasderealidad

Más info sobre este tema publicado con anterioridad en ArucasBlog:


Las Bulas Papales que han cambiado el mundo. Somos esclavos desde el año 1302

La Historia oculta de los Amos del Mundo. La Ley del Almirantazgo

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