18 mar 14. La Historia misma (tal y como se ha escrito académicamente, y tal y como se impone en las escuelas a través de los sistemas educativos) ejerce de velo que impide ver la más pasmosa obviedad: el mundo moderno ha sido construido (no sólo metafóricamente, sino literal, física y arquitectónicamente) por unos escasísimos linajes cruzados que han ido emigrando, mezclándose y adaptándose a las circunstancias de cada época. No vamos a profundizar aquí en esa transmisión del plan de construcción del mundo moderno, pues nos extenderíamos en exceso.
Intentaremos exponer un resumen brevísimo de la aburrida historia de falsas rivalidades entre secciones, familias, clanes, linajes y dinastías, todos ellos instrumentos de perpetuación de un mismo Establishment y perpetración de un mismo proyecto: Europa (y después el mundo entero) como vertedero energético de la actividad secular de una fuerza infrahumana.
Además, insistimos en que los detalles llamados históricos son siempre secundarios; basta con señalar –para poner un comienzo indiscutiblemente relacionado con la Civilización Occidental- que las élites de la Roma imperial construyeron muchos de sus edificios a través de la Orden de los Arquitectos Dionisianos (1), los cuales también construyeron Constantinopla, como centro imperial oriental.
Con la decadencia romana, las élites se desplazaron y se mezclaron con lombardos y otros, encontrándose en Venecia (2) y Florencia importantes focos de descendientes dionisianos. También se encontrarán los mismos linajes y las mismas familias arquitectas (si bien con otro nombre) en los clanes de los Francos Sicambros, los Visigodos, otros emigrantes de origen ario, y –sobre todo- en los Merovingios (3).
Todos estos linajes (todos de un mismo origen) darán pie a lo largo de los siglos a la nobleza europea que –a nuestro parecer- se reducen a unos pocos nombres diferenciados sólo a partir del siglo XI y de los cuales surgirán todas las casas reales europeas: Hesse-Cassal, Orange, Nassau, Saxe-Coburg, Battenborg, Schlewing-Holstein, Hanover, Plantagenets. En el siglo XI, para preservación de esa pureza de sangre y bajo pretexto de una protección de Tierra Santa surgen
tres brazos militares estrechamente relacionados con los gremios arquitectos:
Los Caballeros Hospitalarios de San Juan de Jerusalén (Orden de Malta), Los Caballeros Teutónicos, y Los Caballeros Templarios. Estos últimos estarán relacionadísimos con la llamada Orden de Sión (Después, Priorato de Sión), y ambos serán los responsables de las construcciones de las catedrales europeas hasta mitad del siglo XIII.
Tras aburridas y repetitivas disputas de poder, La Orden del Temple llega a tal poderío y riqueza, que comienzan a ser perseguidos por sus aparentes rivales (otras órdenes, otros reyes, envidiosos papas de turno…).
A principios del S. XIII, los Templarios comienzan a disolverse: unos cambian de nombre y orden, y otros encuentran refugio en Escocia donde se mezclarán con los linajes de Bruce, Sinclair, Stuart… y crearán nuevas órdenes como la Orden de Jarretera, también vinculada al gremio mampostero y arquitecto. En Francia, los templarios se esconden en órdenes como la Orden de la Estrella, la Orden del Cirio Dorado o la Orden de San Miguel.
Esta situación del S. XIII, da pie en política a la instauración de Sacro Imperio Romano, donde se manifiesta un linaje clave en esta triste historia: los Habsburgo.
Posteriormente, ya en el S. XIV, la rama florentina-veneciana de toda esta locura (parte de ella sería la familia Medici) da pie al llamado “Renacimiento”, que tiene como consecuencia una suerte de masturbación arquitectónica vaticana. Mientras tanto, en toda Europa se van extendiendo y subdividiendo las órdenes escocesa-británicas por un lado, las francesas por otro, y las teutónicas por otro… todas a la greña entre sí, pero aún alrededor de una Roma papal.
Así, ya en el S. XVI, los múltiples grupos de poder van fraguando una división oficial cristiana necesaria para llevar un plan que ya por entonces se tiene constancia registrada que llamaban “La Gran Obra de todas las Eras”.
Tres personajes claves en este paso serán Johan Valentin Andrea, Robert Fludd y Francis Bacon, los tres Grandes Maestros del residuo de lo que fue el Priorato de Sión, por entonces renombrado como La Orden de la Verdadera Cruz Roja. Sirviéndose de las marionetas de Martin Lutero, Juan Calvino y Enrique XVIII, se vuelve a hacer de Europa un repugnante baño de sangre por luchas de poder encubiertas en absurdas diferencias religiosas.
Mientras el pueblo sangra, estas órdenes siguen aumentando en número e influencia, siguen con sus construcciones “sacras”, y siguen luchando entre ellas para acaparar poder. Así, en el siglo XVIII, todas las logias británicas (hijastras de las ramas escocesas ya señaladas) se agrupan alrededor de una Gran Logia de Inglaterra; y en Francia, los grupos de poder se agruparán alrededor de la logia de Gran Oriente. Esta última estará detrás de otro gran baño de sangre, La Revolución Francesa, que dará pie a más guerras, más luchas, más imperios, y más construcciones civiles de dudosa finalidad.
Así, tras las llamadas guerras napoleónicas escenificadas y financiadas por esos grupos de poder, se consigue una centralización del sistema bancario a través del Banco de Inglaterra, punto clave para la expansión colonial de los diferentes imperios europeos a lo largo de todo el mundo.
Así, la Europa del S. XIX culmina los cimientos estructurales de lo que iba a ser el mundo moderno: devasta las expresiones tradicionales orientales aún vivas, saquea todo lo que encuentra de valor, roba elementos arquitectónicos que volverá a usar para sus enfermizos fines, y construye las ciudades que más tarde serán las monstruosas metrópolis.
Mientras tanto, en Europa, los grupos de poder se extienden y reivindican explícitamente un “programa de Satán” (Weishaupt), una “doctrina luciferina” (Albert Pike), una “dictadura de los justos” (Karl Marx), un “nuevo orden” (Giuseppe Mazzini); y se va preparando a las masas para lo que estaba por venir a través de sangrientas revoluciones y crispación política de todo sesgo. Lo que estaba por venir era otro baño de sangre aún mayor: el siglo XX.
Revoluciones socialistas, guerras mundiales, dictaduras de todo tipo, bombardeos masivos, guerras civiles… un océano de sangre destruye Europa completamente para que después sea reconstruida sobre un campo energético viciado en donde sus habitantes subvivan en el miedo, la culpa, el trauma y la vergüenza.
En esa frecuencia vibracional, se construye al fin un estado moderno de Israel en Palestina, obsesión geográfica central de los grupos originales de toda esta transmisión y todos sus innumerables retoños.
Así, durante la segunda mitad del siglo XX, principalmente la “arquitectura profana” (pues la “mágica” ya había hecho su trabajo) fue construyendo, ampliando y reestructurando en su ignorancia y arrogancia, las diferentes ciudades importantes para la culminación de la “Gran Obra”: Moscú, Ámsterdam, Los Ángeles, Roma, Seul, Barcelona, Atlanta, Atenas, Sydney, Pekín… colocando la guinda en 2012, en uno de los centros clave de la construcción del mundo moderno: Londres.
Pero no nos interesa profundizar aquí en detalles históricos. Este brevísimo resumen basta para comprender una cuestión importante: lo que los académicos modernos llaman comúnmente la “historia de la humanidad” camina de la mano de otra historia: la construcción arquitectónica al servicio de la manipulación energética con fines políticos. En otras palabras: la construcción del mundo moderno, se corresponde con la construcción material, palpable, sensible,
arquitectónica de las ciudades, los monumentos y los edificios, tal y como los vemos en el día a día.
(1) Los Arquitectos Dionisianos
(2) La Nobleza Negra
(3) El pacto entre Clodoveo y la Iglesia de Roma
Del Libro: La Danza Final de Kali
Autor-Editor: Ibn-Asad
Fotos y enlaces añadidos por ArucasBlog
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